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viernes, 21 de mayo de 2010

Deirdre

Se encontraba en medio de aquella multitud como un animalillo encerrado en una jaula, nerviosa, confusa, sin saber que hacer o que decir... Era tanto el odio que sentía por aquellos seres que de alguna manera la veían como a un igual, aún sabiendo que aquella mujer de cabello negro y mirada profunda poco tenía que ver con ellos.
Había vuelto a aquel lugar con la esperanza de encontrar a Elionë, la pequeña niña que encontró pocos días atras frente a su lobo, encarándolo con la mirada fija en sus ojos sin miedo alguno. Desde entonces Deirdre no pudo dejar de pensar en ella. No era normal que un mortal se atreviese a observar a su bestia como si de un gato se tratase, ya que ésta era enorme, casi parecía sacada del mismísimo infierno, con su pelaje largo y gris y sus ojos amarillos, por no hablar de la impresión que causaba la simple vista de sus colmillos afilados como cuchillos.
Aquella niña no podía ser una humana cualquiera. Todo hombre inteligente hubiese corrido despavorido de haberse topado con semejante lobo hambriento en medio de una cacería. En cambio aquella niña de ojos oscuros se quedó quieta frente a él, se acercó despacio al animal y susurrándole algo consiguió que se amansara hasta el punto de lamerle las manos (acto que solo se daba con su dueña).

Después de eso la niña se había dado la vuelta y había echado a correr por el bosque en dirección al pueblo de Amuin, donde ahora se encontraba Deirdre buscando a la pequeña de la que tan sólo había conseguido averiguar el nombre después de haber descrito su rostro a la hija de una verdulera en el mercado.
Buscó en todas direcciones, habló con todos los niños que encontró a su paso, pero nadie sabía a ciencia cierta quién era o donde se encontraba.
Sería dificil encontrarla en aquel pueblo que parecía más una ciudad, por sus calles repletas de gente comprando en los puestos que se aglomeraban en torno a la plaza principal.

De las mujeres de Godiva

Tras las Montañas Infranqueables crecieron doce niñas, todas ellas hermosas y distintas en su belleza, pues si la una era rubia la otra era morena, pero todas ellas tenían algo en común, una marca que las distinguía de todas las demás criaturas nacidas sobre la tierra. Poseían todas ellas una marca de nacimiento, una lágrima en el lado izquierdo de su cuelloque como si de una quemadura se tratase, cambiaba de color según la estación del añoen que se encontraran. En las épocas de mas calor como la primavera y el verano se podía ver de un leve color rosado, en cambio en las estaciones mas frías como el otoño y el invierno se tornaba de un color violáceo.
El estado de ánimo en el que se encontraran, también afectaba a estos cambios, así pues, cuando la furia se apoderaba de ellas, se veía la lágrima de un rojo ardiente, como si la sangre se agolpara en ese lugar concreto de su piel.

Desde muy pequeñas fueron instruidas en el arte de la guerra. En su mayoría de edad eran diestras en el manejo de las armas y no de una, sino de varias, aunque luego cada una tuviera sus preferencias.
Eran amantes de la caza, aunque no se dedicaran a ella por mera diversión y a menudo competían entre sí para ver quien de ellas era la mas rápida o daba el tiro mas certero.

Las doce hijas de Cernunnos

Doce fueron las hijas concebidas en el vientre de Zoraiya, la de los ojos ardientes, pues así fue llamada durante largo tiempo ya que la rabia contenida en su interior, arrojaba lágrimas constantemente y allá donde cayeran sus lágrimas las flores se marchitaban, tanta pena albergaba su alma.

Quiso Cernunnos que de su furia supiera el mundo y que la crueldad de los hombres que lo poblaban fuera castigada, así sus doce vástagos fueron mujeres fuertes como fuertes son los hijos demlos dioses y hermosas como lo era su madre, la mas bella de las mujeres de la tierra. Tanta dulzura y pureza había en sus rostros, que ni el mas duro de los hombres podría dejar de mirarlas.  Y ninguno de ellos le negaría capricho alguno, si cualquiera de ellas se lo piediera, aunque este les pudiese costar la vida. Pero en sus mentes no había cabida para el amor o la compasión por los varones humanos, pues decidió su padre que tan solo pudieran albergar en sus vientres a los hijos fecundados por la cornamenta de Cernunnos.

Así pues éste cortó doce trozos de sus hastas y los ató a doce cabellos de su mujer, los metió bajo tierra para que de ella nacieran "los hijos del cuerno", inmortales y fuertes todos ellos, machos encargados de que la raza de Godiva no se extinguiera.